MIRA QUIÉN LEE
Me gusta
hablar de los libros, de su segura compañía.
Nadie se
asuste: pero al tomar un libro nos llevamos el silencio que él contiene.
Podemos cuidar sus cubiertas, sus hojas, pero, si no cuidamos su silencio,
apenas podrá decir su mensaje.
Entre sus
líneas está el silencio que hace nacer la palabra, que permite que la palabra
sea.
Si entras
en las páginas de un libro, cualquier cosa puede suceder.
En
ocasiones, la página prefiere traerte un
canto y prendidas a su ritmo las voces del amor, de la amistad, el fuego de la
queja humana que no cesa, el ruido implacable de la noria del tiempo que te
hace ver que todo pasa y…
Conversas
con los hombres de otro tiempo. Charlas con los príncipes, escuchas a los
mendigos, al burgués acomodado, al revolucionario, a la víctima y al verdugo.
Dialogas con los sabios, los artistas, los viajeros… Los libros nunca vetan a
su interlocutor, no saben de clases sociales, de prejuicios de excepciones. El
libro no ejerce derecho alguno de admisión, se entrega sin pedir carné de
identidad, te abre sus puertas… Solo depende ti que logres su secreto.
A veces,
entre líneas, también te encuentras a ti mismo, te reconoces, te saludas, te
confirmas o corriges, te conformas, te alientas o, simplemente, decides al
verte comenzar de nuevo, emprender otro camino.
El libro
se te ofrece, pero no te retiene. Su compañía siempre es prudente. Cuando tú lo
quieras puedes dejarlo. El gesto es sencillo: levantas la vista y miras al
infinito. Y aunque el infinito quisiera retenerte, regresas y recobras lo que
estaba a tu lado: el árbol del jardín, la mesa con sus utensilios, el pan, el
vino, los rostros que siempre te acompañan, tu familia, tus amigos…
Cierras
el libro y abandonas el silencio. Pero el silencio de la lectura ya no te abandona,
va contigo, te habita. Ahora estás en tu centro y la vida posee un pálpito
distinto.
Eliacer
Cansino
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